¿A qué piso vas?

El sonido del portero automático hizo que el corazón de Sofía se saltara un latido. Era Nacho, tan puntual como siempre, pero ese día no era otro más. Después de un año de relación habían decidido mudarse juntos y como el piso de Sofía era el más céntrico habían decidido que vivirían en él. Le tenía preparada algunas sorpresas para que fuese un día inolvidable.

Julio pulsó el botón del cuarto piso, estaba muy nervioso, había retrasado la llegada a casa todo lo posible pero después de un par de cafés y una copa de whiskey, se había resignado a hacerlo. Un joven frenó las puertas del ascensor justo antes de que se cerrasen y, tras saludarlo pulsó el botón del tercero. Era el novio de la de abajo, lo había visto algunos días entrar y salir con ella. El chico resoplaba, quizás por la carrera. Llevaba una maleta grande, quizás se iban de vacaciones «¡qué suerte!» pensó Julio viendo con temor cómo las puertas se cerraban.

Sofía ya esperaba con la puerta abierta cuando el ascensor paró en el tercero. Le encantaba esa sonrisa cariñosa de Nacho cuando se encontraban. Ahora esa mirada se la dedicarían en casa cada día. Una nube de mariposas le llenó el estómago. No quería admitirlo en voz alta pero la ilusión iba mezclada con el miedo «¿y si salía mal?» Sin embargo, ahuyentó esos pensamientos grises y lo animó a entrar para entregarle la primera sorpresa de la noche. Nacho abrió la pequeña caja blanca con un lazo dorado y recogió su contenido. Eran las llaves del piso enganchadas en un llavero sencillo. Sofía era de lejos mucho más detallista que él, nunca lo había dudado. Él carecía de su capacidad de recordar fechas, o de retener conversaciones en las que la otra persona desvelaba algo que le gustaba para después sorprenderlo por su cumpleaños o en Navidad. Y no era sólo con él, disfrutaba teniendo esos gestos con todos sus seres queridos. Él había intentado estar a su nivel, sobre todo en su cumpleaños, que fue el mes pasado, pero no acertó con el regalo en absoluto. Sin embargo, Sofía lo conocía de sobra para leer su amor en otros gestos, quizás más cotidianos y sencillos. Por eso estaba tan decidido a dar el paso de vivir juntos, para Nacho no había duda de que eran la pareja perfecta.

Cuando Julio entró en el apartamento del cuarto, lo recibieron las enérgicas palmadas de la entrenadora personal de Rosa que, como cada tarde, daba clase de cardio online. No entendía cómo su mujer podía pagar ese dineral cuando en YouTube había millones de vídeos de ejercicios totalmente gratis. Al parecer eso no era lo correcto, puesto que la nazi enfundada en mallas que gritaba órdenes por la webcam sabía con precisión qué ejercicios poner en cada momento. A Julio le parecía una tomadura de pelo. Hoy había tenido un duro día en el trabajo así que no quería calentarse la cabeza con el tema de las clases, otra vez. Pasó junto a Rosa y saludó con la misma desgana con la que ella le respondió. Se metió en el dormitorio dispuesto a darse una ducha, le serviría para repasar mentalmente lo que iba a hacer, por mucho que quisiera retrasarlo.

Nacho siguió a Sofía por el pasillo tomados de la mano hasta que llegaron a la habitación que ella usaba de vestidor. Los ojos de Nacho se abrieron de par en par. Ya no estaban los armarios llenos de ropa, ni las cajas de zapatos por doquier. Ahora la habitación lucía como un despacho, un lugar acogedor que había decorado al gusto de Nacho y donde ya se veía haciendo su trabajo de programador cada día. Ese era un aspecto que le preocupaba, puesto que prácticamente trabajaba a diario en casa, excepto unos cuantos de días que tenía que acudir a la empresa. Sofía había pensado en eso y le hacía sentir como en su propia casa.

—¿Y tu ropa? —preguntó emocionado.

—Ahora tendré que hacer cambio de invierno y verano, pero para eso está el trastero. ¿Te gusta? Puedes cambiar la decoración.

—Me encanta —contestó Nacho besándola con dulzura —¿qué cenamos? —preguntó.

—Pues con todo el jaleo del despacho, ni me he acordado de preparar algo —dijo con tono de disculpa.

—Mejor, así pedimos algo al chino y sólo nos dedicamos a celebrar esta primera noche oficial —dijo él abrazándola mientras sacaba el teléfono. Estaba deseando de darle el regalo que había preparado con ayuda de su hermana. Sabía que era el tipo de cosas que Sofía no esperaba de él, estaba seguro de que iba a conseguir sorprenderla.

Después de la ducha Julio volvió al salón. La sesión deportiva de Rosa había acabado. Se sentó en la otra punta del sofá, ella seguía embobada en el móvil. Hacía tanto tiempo que ya no tenían nada que contarse…

—¿Qué cenamos? —preguntó para romper el silencio.

—No sé, yo no como nada, estoy haciendo ayuno.

Julio se fue a la cocina y se preparó un sándwich, se lo comió allí mismo, de pie, bebiendo a morro de una lata de refresco. No tenía sentido poner la mesa de comedor para sentarse solo. Lo que tenía escondido en su mochila del trabajo latía en su conciencia, pero no podía dilatarlo más. Tenía que dárselo esta noche.

Nacho recogió las bandejas de aluminio en las que habían cenado, sentados en la mesa baja del salón. Esa sería su nueva rutina y estaba encantado. Compartir su vida con ella, compartir las series que a ambos le gustaban, convencerla para que le diese una oportunidad a la ciencia ficción, aceptar ver las películas históricas que a ella le apasionaban… encontrar el sitio del uno en el espacio del otro. No podía ser más feliz. Sin que Sofía lo notase rebuscó en su maleta el regalo que tenía preparado. Mañana tendría tiempo para subir todas las cosas que había dejado en el maletero, guardadas en cajas. Emocionado, volvió al salón con las manos en la espalda y una sonrisa de culpabilidad en el rostro.

—¿Qué escondes? —preguntó Sofía sonriendo de oreja a oreja.

—Yo también te tengo una sorpresa, pero después de la tuya…

—Anda, déjate de tonterías, solo quiero que esta casa sea tan tuya como mía y que te sientas a gusto.

—Vale, pues… toma —dijo Nacho entregándole un libro. La encuadernación de piel sólo tenía grabada una frase «Nuestra historia 1». Sofía la miró extrañada y él la animó a abrirlo. Al pasar las páginas no pudo evitar emocionarse y las lágrimas se le escaparon. Nacho había recopilado todos los mensajes de WhatsApp, todos los correos electrónicos y fotos que habían intercambiado a lo largo del año que llevaban juntos, creando una especie de relato desde sus inicios hasta los últimos días en los que estaban decidiendo dónde vivir. Se levantó y lo abrazó, la había dejado sin palabras. Sabía que alguien lo había ayudado pues estos detalles no eran propios de él, pero el hecho de querer sorprenderla de esa manera le demostraba que sus miedos no tenían cabida. Nacho era el hombre con quien quería compartir su vida. Lo besó con pasión y se fueron hasta la habitación que compartirían, perdiendo la ropa por el pasillo.

La risa de Rosa no le dejaba oír las noticias, alguien le había mandado un audio por WhatsApp y sus carcajadas no cesaban. Antes eran capaces de estar horas hablando, pero hacía mucho tiempo que ambos eran más felices charlando con otras personas que entre ellos. Era inútil retrasarlo más. Fue a por su maletín y sacó el sobre. Lo dejó caer sobre la mesa baja del salón sobresaltando a Rosa que lo miró confundida.

—Me han propuesto llevar la contabilidad de la oficina de Londres —soltó de sopetón —he aceptado. Me marcho la semana que viene.

—¿Y mi opinión no cuenta? —dijo Rosa indignada.

—Los dos sabemos que hace mucho que no necesitamos la opinión, ni el consuelo, ni el consejo del otro en nuestras vidas, Rosa.

—¿Y entonces?

—Lo del sobre no es la oferta de trabajo, es el acuerdo de divorcio. Creo que tenemos que tomar mi traslado como el fin de todo lo que ya está acabado.

Rosa leyó los documentos por encima. No sabía si aquella templanza era fruto del shock. Rebuscó en su interior la pena, pero ésta no apareció. Tampoco el dolor. Julio tenía razón, hacía mucho tiempo que eran compañeros de piso, nada más. Vivían juntos por rutina, haciendo de la costumbre necesidad. El amor había abandonado aquel piso en algún momento que no sabía identificar.

—Estoy cansada, mañana hablaremos de todos los detalles. Tú lo tienes todo muy pensado, pero no puedo firmar sin que alguien me asesore.

—Lo entiendo —respondió Julio, viendo cómo ella se metía en el dormitorio y cerraba la puerta tras de sí.

8 Comments

  • Pepa sastre Posted 17 de abril de 2022 19:37

    Uff ya me tienes enganchada otra vez a ver que pasa…..

    • ireneh Posted 17 de abril de 2022 19:42

      Jeje gracias por leerme 😘

  • María Rosa López Posted 17 de abril de 2022 20:32

    Me encanta éstas historias paralelas. Qué bien lo haces.

    • ireneh Posted 17 de abril de 2022 20:44

      Gracias Rosa!

  • Juan Antonio Guerrero Lagos Posted 17 de abril de 2022 21:32

    Maravilloso relato compañera.

    • irene Posted 18 de abril de 2022 05:45

      ¡Gracias!

  • Pamela Ponce Barroso Posted 18 de abril de 2022 22:55

    Pero que maravilla 😃

    • ireneh Posted 19 de abril de 2022 04:13

      ¡Gracias!

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