Descubriendo a Elena
Con este relato resulté ganadora del Certamen de Relato Romántico ‘Romance en Primavera’ de Gines. Año 2018

Descubriendo a Elena

“La familia Pérez Ulloa y la familia Montes Ávila le invitan al enlace de sus hijos Pedro y María que se celebrará, Dios Mediante, en el Club Hípico de Costa Marina el 4 de septiembre a las 20:00 horas”

        María es una chica bien situada, consentida, de carácter seco y piel de porcelana y Pedro es su copia masculina. Al verlos, uno no dudaría de que son la pareja ideal y parece que ambos llevasen toda una vida juntos. Sin embargo, han organizado su enlace en poco menos de seis meses y sólo hace nueve que están juntos. Hace diez meses ni siquiera se conocían y cada uno tenía pareja. Pero Cupido es caprichoso y un accidente de coche, que por fortuna fue poca cosa, los cruzó en el camino literal y figuradamente. Quince días después los dos cortaban la relación con sus parejas y se comprometían en una escapada romántica a París. Lo que podría haber sido un disgusto para dos familias fue, por el contrario, motivo de gozo y alegría puesto que tanto Pedro, como María habían encontrado la verdadera horma de sus zapatos, no sólo respecto a sus sentimientos, sino también en lo que refiere al estatus social de sus familias. Escogieron un club de hípica para celebrar la boda y fijaron para el gran día el cuatro de septiembre. 

        Nubes grises, desafiantes, dieron la bienvenida al gran día. Una tensa calma se respiraba en la suave brisa que levantaba las hojas de los árboles, avecinando la tormenta que aquellas oscuras nubes contenían. El humor de Elena se asemejaba mucho al del cielo de aquel cuatro de septiembre. Llevaba nueve meses intentando explicarse qué había fallado para que Pedro la abandonara de la noche a la mañana. En todo este tiempo había pasado por la tristeza, el llanto histérico, el estado catatónico, la rabia contra ella, el desprecio y, finalmente, había dirigido todo su odio hacia ellos, los que hoy daban el sí quiero rodeados del boato del club de hípica más ostentoso de aquella zona del país. Impulsada por la rabia y la botella de ginebra que había comprado la noche anterior, esa mañana se levantó dispuesta a llegar hasta ese club pijo y reventar la boda, por lo menos para poder decirle a Pedro y a las estiradas de su madre y hermanas que nunca les gustó sus tardes de café, ni se lo pasó bien en las cenas del club social de su urbanización y que las liposucciones eliminarían la grasa, pero no la mala leche de los cuerpos.

        Pasó un buen rato frente al armario, debatiéndose entre llevar sus habituales vaqueros deshilachados, esos que Pedro desaprobaba y hacían chirriar los dientes de su ex familia política o ponerse el único vestido para ocasiones especiales que tenía. Al final optó por ese vestido violeta en el que había invertido una pequeña fortuna para agradar a su ex suegra, pero ni aún así había logrado despertar en ella simpatía alguna, ni había arrancado un sencillo cumplido de sus cuñadas. Se decidió por él, porque no quería llamar demasiado la atención hasta que fuese el momento de su aparición estelar y, además, se veía preciosa envuelta en el delicado satén. Elena era una chica muy guapa, no tenía la belleza pétrea de sus cuñadas, pero sus rasgos eran delicados y tenía varias pecas sobre su nariz y pómulos que, lejos de afearla, le daban un toque simpático a su rostro. Además, pasaba ocho horas en una clase rodeada de niños de cuatro años, por lo que hacía más ejercicio que en cualquier gimnasio.

        Media hora después de salir de casa se encontraba tirada en una cuneta con el chaleco reflectante sobre su vestido de marca y el capó del coche echando humo. En su cabeza resonaban una y otra vez las palabras de Pedro, serio, cabal y previsor siempre «Elenita, aunque seas maestra de infantil puedes comprar un coche mejor». La necesidad de darle la razón incrementaba su enfado, lágrimas de impotencia amenazaban con escapar de sus ojos pero no quería echar a perder el maquillaje con el que se había esmerado más que nunca. No podía perder la oportunidad de arruinar la boda de su ex, seguramente planificada hasta el mínimo detalle porque, conociéndolo, habría calculado hasta la humedad ambiente para elegir las flores. ¿Y quién sería ella?, era imposible obviar la curiosidad que sentía; sin duda, tendría que ser tan estirada como Pedro y del gusto de su familia, puesto que no habían escatimado en gastos para anunciar a bombo y platillo el enlace de su hijo en el periódico de mayor tirada nacional.

        Armándose de valor y sin pensarlo dos veces comenzó a andar por la carretera con el traje recogido para no estropear la suave tela, albergando la esperanza de que alguien parase para llevarla lo más cerca posible del club. Cuando llevaba un cuarto de hora vagando, la lluvia hizo acto de presencia. Primero una gota cayó sobre su cara, arrastrando el colorete y dejando un surco marcado en la mejilla, después unas cuantas gotas mojaron sus brazos desnudos y, sin más aviso que ese, las nubes comenzaron a descargar la tormenta que llevaban conteniendo desde el amanecer. Elena no pudo más, el peso del aguacero fue demasiado para ella y abrió también sus compuertas interiores, esas que apenas sostenían ya todo el maremágnum de sentimientos que la colmaban y comenzó a gritar. No decía nada, ninguna palabra, solo un grito fuerte mirando al cielo, o al universo, vaciando su corazón traicionado, herido, dejándose empapar con las frías gotas que desdibujaban su rostro, su peinado y manchaban el preciado satén violeta, tornándolo oscuro. Su exterior se transformaba por la tormenta y su interior se aliviaba con cada grito y lágrima que estaba dejando fluir.

        Quizás fue ese grito desesperado que dirigió a cualquier divinidad que estuviera viéndola, el que movió los hilos que sostienen el universo e hizo que un coche pasara en ese momento. El conductor aminoró hasta llegar a su altura y le preguntó si necesitaba ayuda. Tentada estuvo Elena de contestar «qué va, esto de pasear bajo la lluvia arreglada para una boda es una afición mía», pero contuvo el impulso cuando se dio cuenta de que podía ser su salvación. Así que le explicó lo sucedido con su coche y la prisa que tenía por llegar hasta el club hípico de la costa para asistir a una boda irrepetible. Se abstuvo de decirle que ella era el espectáculo que haría de la boda toda una función de circo, ya que no quería parecer una loca y necesitaba su ayuda con desesperación.

        Sorprendido por la casualidad puesto que él también se dirigía a la misma celebración, el chico la invitó a subir al coche y, tras presentarse como Juan, la tranquilizó diciéndole que aún tenían tiempo para llegar hasta el enlace. Aunque el trayecto era largo, iban bien de tiempo y podrían incluso parar a tomar un café y que ella retocara su peinado. Juan se lo dijo con todo el tacto del mundo, puesto que se había dado cuenta de la tristeza en los ojos de aquella mujer. Supuso que había estado llorando al verse en aquella incómoda situación, tirada en la carretera, sola y con su atuendo de boda estropeado por la lluvia. Se mordió la lengua para evitar decirle que no estuviera triste porque, aún empapada, a él le había parecido preciosa; pensó que podría parecer demasiado atrevido y bastante agobiada parecía estar ya su nueva compañera de viaje.

        Tras casi dos horas de camino ambos se reían sin parar de las anécdotas de Elena con sus niños de parvulario y las de Juan como monitor de natación, ambos coincidían en que sus trabajos daban muchos dolores de cabeza, pero también muchas satisfacciones. Fue entonces cuando Juan sintió curiosidad por saber si Elena era invitada del novio o de la novia. Su primera reacción fue contarle una mentira, pero no sabía muy bien qué decirle. No lo había visto nunca, por tanto no era amigo de Pedro, pero bien podía ser un primo o un compañero del bufete que no conocía. Lo más probable es que él fuese familiar de la novia, algo que le resultó extrañamente doloroso porque le había caído realmente bien. Sin saber por qué, tomó aire y le contó la verdad sobre su identidad y sus intenciones de estropear el enlace del año. Lo hizo de sopetón, sin dejarlo hablar y, nada más acabar su explicación, Elena se quedó callada mirando sus manos que, nerviosas, retorcían la tela del vestido, esperando a que Juan parara y la echara del coche; también pensó que parecía ser un buen hombre y, con suerte, la dejaría en el próximo bar o gasolinera y no tirada en la carretera. Así pasaron unos segundos, en los que sólo se escuchaba la respiración agitada de Elena y una antigua canción en la radio. Sintió que el coche aminoraba la marcha y se salía de la calzada, así que levantó un poco los ojos para mirar por la ventana del vehículo y no vio más que un campo lleno de girasoles. Empezaba a temer que Juan había optado por deshacerse de ella en medio de la nada, pero lo que nunca se había esperado es que él empezase a reír como un loco, con fuertes carcajadas que apenas le dejaban respirar. Sin saber qué hacer se quedó mirándolo; contagiada por la risa del conductor, una sonrisa se dibujó en los labios de la chica, la misma que quedó congelada cuando entendió lo que Juan le decía entre los vagos intentos de calmarse y recuperar el aliento: era el ex novio de María.

        —¿También vas a reventar la boda?  —preguntó ella con la sorpresa reflejada en la cara, sentada a la mesa de un tranquilo café de carretera. Cuando pasó el divertido descubrimiento decidieron que querían conocer mejor los planes del otro, al fin y al cabo, ambos eran los damnificados del enlace y entendían los sentimientos que los habían llevado hasta allí.

        —Me temo que no tengo una puesta en escena tan espectacular como la tuya, pero esperaba al menos que María me viese y reflexionase sobre su decisión. Me cuesta creer que en nueve meses haya olvidado todos nuestros momentos juntos —respondió Juan con la vista perdida en el oscuro café de su taza.

        —Y sin ánimo de ofender, ¿qué narices hacía un tío como tú, que parece tan guay, con una estirada como María?

        Juan se quedó sin palabras y, parpadeando varias veces, volvió a reír sin parar. Hacía mucho tiempo que no lo hacía con ganas y esta chica con cara de hada estaba sanando un poco aquellas heridas que aún perdían algo de sangre.

        —¿Qué? ¿De qué te ríes ahora? —preguntó Elena disgustada.

      —La verdad es que hace muchos meses que no me río tanto. Pues, para empezar, me hace gracia tu sinceridad y que sueltes lo primero que piensas, así, sin más. Y, después, porque yo podría preguntarte lo mismo, ¿no? Pedro y tú no parecéis almas gemelas, por lo que estoy descubriendo.

        Elena escuchó las palabras de Juan y se quedó pensativa mirando a la carretera a través del ventanal de la cafetería. Estaba asimilando cada frase de Juan, masticándolas y depositándolas en su organismo. Llevaba nueve meses de espaldas a los consejos, a las palabras de consuelo, nueve meses de espaldas al mundo real.

        —Creo que hasta ahora no me había planteado eso ¿sabes? Es decir, llevo nueve meses preguntándome qué hice mal, o qué hizo mal él, y este último mes pensando qué voy a decirle cuando me presente allí, pero nunca me he preguntado si era la persona adecuada para mí, si éramos adecuados el uno para el otro.

        —¿Y cuál es la respuesta? —indagó Juan bajando el tono de voz para no interrumpir los pensamientos de Elena y con un ligero apretón en el pecho por las posibilidades que planteaba cualquier contestación que le diera su compañera de carretera.

        —Supongo que Pedro no era la persona para mí. Al principio nos gustaron nuestras diferencias, incluso nos reíamos de lo que opinaba su familia. Después, creo que crecimos y lo hicimos a distintas velocidades o con distintos objetivos. ¿Tú crees que María es la persona destinada para ti? —quiso saber Elena que ahora miraba a Juan con los ojos brillantes.

        —Si soy sincero, no, no somos el uno para el otro. Pero, a veces, rehacer tus esquemas es difícil y quizás confundimos comodidad y costumbre con verdadero amor. Me he dicho a mí mismo muchas veces que no sentía las famosas mariposas en el estómago por María pero que eso era una chorrada de los cuentos de hadas. Si te digo la verdad, no es que busque eso, pero me niego a admitir que no existen las parejas que con un simple roce de la piel se comunican, vibran, se deshacen de pasión. Me gustaría tener la suerte de compartir mi vida con una persona que me sacase una sonrisa sólo con verla aparecer. ¿Suena muy cursi?

        Elena había escuchado a Juan con el mismo anhelo que el sediento bebe, el hambriento come o el enamorado entrelaza su mano con la de su amada. Claro que no era cursi, pensaba, ella también quería encontrar ese amor, pero después del daño sufrido ¿quería exponerse a otro posible fracaso? Ambos terminaron sus cafés en silencio. Después ella fue al baño para retocar su peinado y maquillaje destrozados por la lluvia, unas gotas de agua que sin embargo habían sanado parte de su alma. Al salir se encontró a Juan esperándola junto a la entrada y no pudo evitar sentirse cohibida y halagada por la forma en que la miró. Cuando apoyó la mano en su espalda para acompañarla hasta el coche la confusión se hizo paso entre los sentimientos de Elena, ¿él también habría sentido esa electricidad recorriendo su cuerpo al tocarla? Reanudaron su camino, entretenidos con una cómoda conversación sobre los viajes que habían hecho y aquellos que les quedaban por hacer, evitando nombrar a sus anteriores parejas, sorprendidos por lo fácil que era contar sus vidas sin tenerlos presente. Al cabo de una media hora el paisaje cambió, la costa estaba cada vez más cerca.

        —Ya estamos llegando —dijo Juan mientras cruzaba la fastuosa entrada del recinto en el que se encontraba el club hípico. El lujo del lugar saltaba a la vista. Primero recorrieron algunas calles con enormes casas de una planta aisladas por vallas altas y rodeadas de jardín. Al final del recinto estaba el club social, con pistas deportivas y el campo de equitación, una afición que compartían los futuros esposos. Había que reconocer que la entrada estaba decorada con un gusto exquisito; pequeñas flores blancas decoraban el porche de la recepción por la que había que entrar hasta el salón de la ceremonia, el más próximo a la línea de la costa y con vistas al mar.

        Un joven vestido con camisa y pantalón negros les indicó dónde podían aparcar. El modesto coche de Juan desentonaba entre el resto de vehículos que abarrotaban la zona de aparcamiento. Cuando paró el motor, el silencio reinaba en la pequeña estancia y en el aire flotaban preguntas sin responder. Elena había perdido en algún punto de ese viaje parte del arrojo con el que salió de su casa esa mañana, ¿Dónde estaba toda la ira? ¿Qué era aquel sentimiento que, en su lugar, le apretaba el estómago? Finalmente, Juan preguntó:

        —¿Aún quieres reventar el evento del año?

      —De la década, diría yo por la cantidad de gente que llega. Ahora mismo no estoy segura de nada —respondió Elena mirando a los ojos de Juan, que se le hacían tan familiares como si lo conociera de toda la vida —Aunque ya que voy vestida para la ocasión y que he llegado hasta aquí…

        —¿Y si aprovechamos que estamos en la costa para ir a un lugar donde pongan un marisco estupendo? —interrumpió Juan a bocajarro con palabras teñidas de esperanza.

        Elena miró a través de los cristales sin saber qué hacer, entonces notó un pequeño revuelo de personas que iban y venían; llegaba el coche del novio, el de la novia estaría a punto de hacer su gran aparición. Aguantando la respiración esperó a que saliera la persona que había sido su mundo hasta hace poco. Tras unos segundos eternos, la puerta de la limusina se abrió y vio salir a Pedro, impolutamente vestido con el clásico chaqué. Estaba muy guapo, porque siempre había sido un chico muy apuesto, pero se dio cuenta de que le faltaba algo, no era el Pedro de siempre. Lo miró con detenimiento mientras ocupaba el lugar que le indicaban junto a la entrada para esperar al cortejo de la novia. Era otra persona, le faltaba la rigidez en los hombros, el ceño fruncido y la sonrisa forzada. El Pedro que veía aguardando en ese porche era la imagen de un hombre feliz. Por un momento sitió rabia, por no ser la causante de su felicidad, pero se dio cuenta de que a ella también le faltaba algo; al mirarlo no había mariposas en el estómago, ni siquiera la emoción que le erizaba el vello de la nuca y le producía una sonrisa tonta al mirarlo, ya no había nada.

        La lluvia se había llevado parte de la Elena que amaneció esa mañana, su viaje junto a Juan había reconstruido parte de la antigua chica, pero la imagen que veía a través del cristal del parabrisas había sido el golpe definitivo, la catarsis que necesitaba y que le ayudaba a decirle adiós a Pedro y a la Elena que había sido estos últimos meses para reencontrarse con la chica que siempre había querido vivir al día, improvisar y arriesgarse a saltar desde lo más alto, disfrutar entre sus alumnos con la cara llena de pintura, viajar en su viejo coche y dormir bajo las estrellas. Un calor nuevo, reconfortante, con sabor a hogar y a futuro empezó a recorrer cada centímetro de su cuerpo y girándose hacia Juan que la miraba expectante le dijo:

        —Si vamos a ser amigos tengo que confesarte que no sé nadar.

        Juan le sonrió con ganas, con los ojos llenos de ilusión y esperanzas. Arrancó el coche porque no necesitaba ver a María llegar vestida de blanco para saber que la mujer de su vida no estaba en una limusina a punto de dar el «sí quiero». Y antes de retomar la marcha para dejar atrás el club de hípica y su pasado, se atrevió a retirar un mechón de pelo del rostro de Elena con suavidad, sintiendo de nuevo la misma vibración que al salir de la cafetería, y le dijo:

        —Entonces tendré una alumna nueva en mis clases de natación. Te advierto que soy un profesor exigente, pero te prometo que no dejaré que te ahogues nunca.

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