Rebuscando en mi cajón de las letras he encontrado este relato en forma de carta que tuvimos que escribir en el taller cuando pudimos retomar las clases presenciales que fue, prácticamente, a final de curso. Fue un ejercicio de catarsis, para echar fuera algunos sentimientos que llevábamos albergando demasiados meses. Se me ha venido a la cabeza ahora, cuando estamos a pocas semanas de vernos de nuevo.
Desde que no nos vemos
Querida María,
No sé cuántos meses hace ya, muchos, más de seis y más de doce desde que nos quitaron una parte de nuestras vidas de la que no éramos conscientes. Disfrutar de la presencia del otro, así, algo tan sencillo y tan poco valorado hasta ahora. Y no sólo me refiero a la ausencia del otro cuando compartes un momento de ocio o celebración, qué va. Me refiero a disfrutar de la presencia del otro cuando aprendes, o cuando trabajas, incluso en el duelo o en los momentos difíciles. Porque estar en contacto sólo con la voz llega a saber a poco y perdemos esos matices que aporta la compañía, indefinibles en muchas ocasiones, pero notables cuando faltan.
Desde que no nos vemos la vida ha continuado a pesar del raro impasse que a veces me hace confundir en qué año estamos, qué curso estudia mi hijo o cuántos años toca cumplir. La vida ha avanzado igual, pese a todo. He sido una de las afortunadas que ha podido seguir trabajando, en esa nueva modalidad denominada teletrabajo. Inmersa en las tareas laborales, desde el seno del hogar, haciendo de maestra a ratos y de gerente de una casa que siempre estaba habitada y que no estuvo en silencio ni un minuto hasta que nos dieron permiso para salir después de los primeros meses de infierno. El trabajo me salvó mentalmente, por duro que fuese trabajar en esas circunstancias, me sirvió de cortafuegos mental, trazando una línea entre la realidad que el mundo vivía, la incertidumbre del futuro, las malas noticias y la agenda diaria. Busqué un rincón en el patio donde me sentaba por las tardes a tomar un café y a hacer varias videollamadas, algunas de ellas me dejaban triste y otras me servían para reír a carcajadas.
He tenido otro salvavidas, la escritura. Me ha servido de refugio el retomar una ilusión que tenía postergada por falta de tiempo y de seguridad en mí misma. Quizás cuando somos conscientes de que no somos nada y el tiempo se nos puede arrebatar de un día a otro, nos da menos miedo el qué dirán. Escribir me ha hecho feliz. Me hace feliz. Y también me ha recordado que no se puede dejar de lado las cosas que de verdad nos emocionan. Que si no nos movemos, el mundo, nuestro mundo no se mueve tampoco. Así que me he dado muchos ánimos para creer que puedo y encomendarme al destino.
Desde que no nos vemos he vuelto a estudiar, embarcándome en una odisea quijotesca a la que no he podido negarme. Precisamente porque si lograra derrotar a los molinos podría abrir un nuevo camino para mi futuro en el que tendría más cabida esa pasión por escribir a la que tan poco tiempo le dedico. Sin embargo, como no es una travesía con muchas papeletas de llegar a buen puerto, tengo que seguir viajando por mi camino habitual y asegurarme de que sigue ahí en un futuro. Bien sabes lo que significa trabajar por tu cuenta.
Por eso, si antes ya me encontraba bastante perdida en este escenario, desde que no nos vemos esta incertidumbre se ha acrecentado bastante, pero sé que son momentos, épocas, a veces demasiado largas, que hay que soportar hasta que se vislumbre la salida.
Desde que no nos vemos, he echado mucho de menos nuestros encuentros, porque no se trata sólo de venir a aprender, porque me llenan más que nada y me cargan de energía, porque me curan por dentro y me sirven para avanzar (aunque no sepa hacia dónde).
Add Comment