Tres días después

«Así fue como Esmeralda descubrió a…»  ¡Toc, toc! María levantó la cabeza del teclado cuando unos golpes la arrancaron del final de la historia. Las palabras que había imaginado se diluyeron como el humo con cada uno de aquellos golpes. Aguardó unos segundos, ya dejarían de llamar. Flexionó los dedos y volvió la atención a la pantalla del portátil repasando la última línea. ¡Toc, Toc, toc! El sonido retumbaba a través del enorme ático en el que vivía. Cerró los ojos, como si así pudiera hacer callar al infame que la estaba molestando, pero volvieron a llamar. Gritó como alma que la lleva el diablo y cerró con furia el ordenador. Vivía sola en aquel piso del centro de Madrid con más espacio para ella del que necesita una familia de cuatro personas. Se había enamorado de aquel lugar porque, al encontrarse en una octava planta, se sentía alejada de todos, por encima de todos y, como el edificio estaba en pleno corazón de la ciudad, podía relacionarse con el mundo cuando quería. A veces, sólo necesitaba asomarse a la terraza y ver las luces y el movimiento desde lo alto. Pero lo que más le gustó fue que tendría una habitación del tamaño de una sala de estar para escribir, con amplios ventanales y techo de madera.

Cruzó el pasillo a toda prisa y con cada paso iba aumentando la rabia hacia la persona que llamaba a la puerta. Abrió sin preguntar y se encontró frente al vecino de abajo, uno de ellos, pues el piso estaba alquilado a varios estudiantes con los que ya había tenido algún que otro desencuentro. Eran unos niños pijos que podían compartir piso en el centro, piso que pagarían sus padres, mientras ellos paseaban libros y se dedicaban a molestar a los demás.

—Buenos días vecina —dijo el joven con simpatía.

—¿Qué quieres? —gruñó María.

—Verá señora, hoy es sábado y…

—Claro que hoy es sábado —lo interrumpió— acaso me has sacado de mi concentración para decirme esa soberana estupidez. ¡Vamos!

—No, no, es porque es el último sábado del curso y queríamos hacer una fiesta. No hemos hecho ninguna en todo el año y queríamos comentárselo para que no se moles…

—¿Fiesta? ¿Es que queréis que la casera no os renueve el alquiler el próximo curso? Ya dejé muy claro que no tolero ningún ruido. Si a las doce de la noche escucho una sola carcajada llamaré a la policía. Y no vuelvas a llamar a esta puerta ni aunque te estés muriendo.

Y con esa sentencia cerró la puerta frente a la cara de asombro del joven que bajó a su piso deseando la muerte de la famosa escritora que tenía por vecina.

Antes de volver a su despacho, paró en la cocina para prepararse un té especiado. Era un regalo de su editor, era carísimo y muy raro de encontrar, pero todo era poco para la gallina de los huevos de oro de la editorial. Había vendido cientos de miles de libros de su famosa saga de novelas de terror y, alguna de ellas, había sido llevada al cine. Cuando empezaba a notar el aroma a canela y cúrcuma el móvil retumbó en el salón. Se maldijo mentalmente por no haberlo apagado. Era su ayudante. A ver qué quería esa enclenque. Si no fuera porque le pagaba poco y la chica se dejaba la piel, la despediría.

—¿Qué? —contestó María

—María, perdona que te moleste, sé que no te gusta que te interrumpan cuando estás con el final de tus novelas pero tu hermano no para de llamarme porque necesita localizarte.

—Vale, pues ya me has dado el mensaje. Si te vuelve a llamar, no se lo cojas tampoco.

—Dice que es urgente.

—Él siempre dice eso —y sin mediar despedida alguna colgó el móvil.

Su hermano, el que se marchó de casa para tener una vida llena de emociones y se había limitado a mandar un ramo de flores cuando su madre falleció, había vuelto a su vida al mismo tiempo que llegó el éxito de sus novelas, el éxito y el dinero, por supuesto. Repentinamente, decidió echar raíces en la misma ciudad que ella y la llamaba cada vez que tenía un nuevo proyecto, uno que iba a ser todo un bombazo empresarial para el que necesitaba financiación. Ahora era ella la que no le cogía el teléfono. Desgraciadamente, a medida que crecían sus ingresos por la venta de libros, menguaba su lista de amigos. ¿En quién podía confiar? Ya no sabía si se acercaban a ella por interés o por verdadera amistad. Así que había ido espantando a, prácticamente, todas sus amistades, haciendo del refrán «más vale sola que mal acompañada» su lema de vida.

Enfadada con el mundo que se empeñaba en molestarla, volvió al ordenador y abrió sus perfiles de redes sociales. Las odiaba, pero tenía que tenerlas. Se las administraba su asistente y tenía que reconocer que era buena moviéndose entre esa maraña de falsas apariencias, haters y aduladores que poblaban las comunidades virtuales. Pero en esta ocasión iba a escribir ella un mensaje. Ya le tocaría a su secretaria hacer frente a las respuestas. Tecleó con furia una breve frase: «¿Tan difícil es comprender que necesito espacio y silencio para crear? Estoy fuera de cobertura para todo el mundo. Volveré.»

Apagó el teléfono y se desconectó de internet. Para escribir sólo necesitaba el editor de textos. Después de dos horas despegó la vista de la pantalla. Estaba satisfecha con todo lo que llevaba escrito hasta el momento, así que decidió estirar un poco las piernas paseando por el piso. Al levantarse sintió un ligero mareo pero lo ignoró, era por las horas frente al ordenador. Apenas había alcanzado el pasillo cuando volvió a notar el mareo pero, en esta ocasión, la vista se le nubló y empezó a escuchar un pitido constante cada vez más fuerte que provenía del interior de su cabeza. Intentó volverse para alcanzar el teléfono que tenía apagado pero cayó al suelo, golpeándose la cabeza con el aparador. La frente le sangraba, mucho y la voz no le salía del cuerpo. Mientras la oscuridad se iba apoderando de ella pensó que el vecino debería haber escuchado un fuerte impacto, pero estaba plenamente segura de que no iba a subir alarmado. Tampoco iba a recibir ninguna llamada de su secretaria, ni siquiera de la sanguijuela que tenía por hermano. Ningún amigo la llamaría para quedar el fin de semana porque así lo había pedido en las redes sociales. Estaba totalmente sola. Moriría totalmente sola. Acabaría como muchas de las víctimas que había descrito en sus novelas de terror. Antes de perder el conocimiento sólo le sobrevino un pensamiento ¿Cuándo encontrarían su cuerpo?

1 Comment

  • Pepi Jurado Posted 17 de septiembre de 2022 12:15

    Me has dejado enganchada, Irene. Tardo en leerte pero me sorprendes cuando lo hago…Enhorabuena, escribiendo así sumarás más libros 📚 🤩👍

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