Una mota de polvo

Marta se apoyó en la baranda de metal y se asomó por inercia. La escarcha cubría el pasamanos del puente y traspasaba el abrigo raído, demasiado fino para un día como aquel. El paisaje helado mostraba las tonalidades previas al ocaso del día y las hojas de los árboles, derrotadas por el tenaz invierno, se entreveían en la nieve que cubría el paseo. A medida que avanzaba el atardecer el viento era más gélido, tanto que cortaba el rostro y amorataba los labios. Lo más sensato era buscar refugio en el calor del hogar. Exactamente eso era lo que hacían todos los habitantes de aquella ciudad, acelerando el paso mientras se subían las solapas y apretaban sus bufandas con la cabeza gacha, todos excepto Marta que seguía recostada en la baranda del puente sobre el que se veía el perfil de la ciudad. Ya no tenía refugio, solo pena y hambre.

Los últimos rayos del día quedaban solapados por las sombras de la incipiente noche y el escenario se llenaba de manchas oscuras y olor a humedad. Una racha de viento arremolinó varios copos de nieve junto a Marta que seguía absorta mirando al río. Sacó del bolsillo una foto arrugada y la sostuvo entre las manos. La elevó hasta la altura de los ojos y contempló cómo encajaba con el paisaje, como si fuese la pieza del puzle que completa el dibujo. Sin embargo, en aquella imagen el puente no estaba cubierto de escarcha, ni el cielo gris, ni el sol ocultándose. En su lugar aparecía Marta, con cinco años menos, abrazada a un joven de pelo revuelto, cuerpo delgado y anguloso y sonrisa enamorada. El amanecer refulgía sobre la ciudad y el cauce del agua se vestía de naranja, rosa y amarillo. La primavera calentaba los adoquines de las calles de su nueva vida. Llegaron a la gran ciudad con los bolsillos vacíos y la cabeza llena de sueños. Primero trabajarían en algunos restaurantes para poder subsistir y asentarse, luego vendría la escuela de hostelería, después los primeros ascensos, que les abrirían las puertas de un pequeño local que regentar. Con mucho esfuerzo irían cayendo los premios y las buenas reseñas para llegar a ser un referente de la alta cocina en aquel rincón del mundo. Aquella foto fue el contrato de un sueño. El inicio de una vida que habían bosquejado sin contar con los actores secundarios.

El primer acto se desarrolló según el guion que tenían fijado: encontraron trabajos y un minúsculo lugar para vivir que decoraron con cariño. Y tras esos primeros empleos llegaros otros y otros y luego más, pero ninguno les ponía en la senda hacia sus sueños. Entonces comenzaron los reproches, la cuenta de los sacrificios realizados en una competición que no dejaría ningún vencedor. Fue en ese momento de mayor tensión cuando aparecieron en escena los nuevos amigos y las ideas grandilocuentes para alcanzar la gloria. Invierte aquí o mejor allí, abandona ese empleo, vuelve a invertir y después apuesta lo ganado ¿para qué una vida de esfuerzo si puedes tocar el cielo en una tarde de carreras? Tras esas ideas venían las caídas, los llantos, las disculpas y las últimas oportunidades. Entonces la historia se repetía en un deja vu constante que iba minando las esperanzas de los dos. En ese punto del camino, las ansias de triunfo se antepusieron a los sueños compartidos y llegó la nota de despedida «no quiero tener un trabajo de mierda nunca más, ni un apartamento humilde ni una meta inalcanzable». Pero lo que en realidad no quería aquel joven cegado por las compañías, era una vida con Marta. Desde entonces la ciudad se le hizo enorme, inabarcable y Marta era solo una mota de polvo que vagaba en la luz, cayendo poco a poco hasta tocar el suelo. Y el suelo se cubrió de nieve y desesperación y la soledad apresó la mente y el corazón de la joven hasta que todo dejó de tener sentido. Quería decir adiós desde ese puente, el que anduvieron aquel primer día de primavera y que hoy parecía envuelto por tinieblas. Arrojó la foto al río y la miró flotar a la deriva hasta que se perdió entre las sombras. Nadie reparó en la chica que traspasaba la baranda. Nadie escuchó el sonido del agua al tragarse para siempre los sueños de Marta.

1 Comment

  • Pepa sastre Posted 29 de marzo de 2022 11:55

    Este me ha parecido una maravilla, he sentido el frio, luego la primavera el calor las ilusiones y al final el triste fracaso que da la vida y la desesperación hasta perderla.
    Muy bueno cariño todos me encantan. Gracias

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